Quitar el sufrimiento y dar felicidad.
El Daishonin tomó los sufrimientos de todos los seres vivientes como propios.
Todos tenemos dentro nuestro, una parte egoísta, que sólo piensa en el propio bienestar de uno, y luego recién en el de los demás, sólo si es necesario. Esto no necesariamente es algo malo; es parte importante de lo que significa estar vivo. Sin embargo, cuando este sentimiento se convierte en la fuerza dominante en nuestra vida, puede llevarnos a actuar insensiblemente y hasta perjudicialmente hacia los demás. Tiene el potencial de hacernos egoístas y, si se deja sin control, incluso criminales.
Por un lado, hay momentos, especialmente en las emergencias, cuando el no velar por nosotros mismos puede tener resultados catastróficos. Si bien todos tenemos que resolver nuestros propios problemas, algunos de estos no podemos resolverlos solos. Debemos confiar en la ayuda de otros.
De otro lado, hay momentos en los que, extendiéndole una mano a otros, podemos ayudarlos de una manera en que ellos no pueden ayudarse a sí mismos. Lo que se necesita en tales circunstancias es misericordia.
En los textos chinos y japoneses, incluyendo los escritos de Nichiren Daishonin, la palabra para misericordia comprende dos caracteres chinos. Se pronuncia ci bei en chino y jihi en japonés (yiji en español). El primer carácter, ci o ji, es una traducción de la palabra sánscrita maitri, que significa “dar felicidad”. El segundo, bei o hi, proviene del sánscrito karuna, que significa “quitar el sufrimiento”. Juntos, describen la función de aliviar a los seres vivientes del sufrimiento y darles felicidad.
Casi todos pueden sentir amabilidad cuando alguien les muestra amabilidad. El espíritu del Budismo es desarrollar un sentido de misericordia hacia todas las personas. Es con este espíritu que Nichiren Daishonin escribió:
“Los diversos sufrimientos experimentados por todos los seres vivientes son, sin excepción, sufrimientos propios de Nichiren “ (GZ, 758).
El comportamiento de un Bodhisattva La misericordia de la iluminación budista –el deseo de “quitar el sufrimiento y dar felicidad a la humanidad”– se expresa en el comportamiento humano de un Buda o un Bodhisattva. Nichiren Daishonin también escribe, “Hasta un villano desalmado ama a su esposa y a sus hijos. Él también posee una partedel estado de Bodhisattva. (PE-1, 53).
Esta afirmación aclara que todas y cada una de las personas poseen el potencial de un Bodhisattva –el potencial de comportarse con misericordia hacia otra persona. Sin embargo, es una tendencia humana común preocuparse primero y principalmente por uno mismo. Éste puede ser el impulso humano más fuerte a poder vencer. Además, desde hace mucho tiempo hay quienes sostienen la opinión de que la misericordia es señal de debilidad; que la generosidad sólo mal acostumbra a la persona que la recibe.
Esta afirmación puede tener su pizca de verdad. La amabilidad que no da fuerza al receptor crea muy poco valor perdurable. Desde la perspectiva budista, la verdadera misericordia es la que tiene el poder para erradicar la causa de la miseria en la vida de las personas y las dirige hacia la causa de la felicidad. Esa misericordia, por su misma naturaleza, requiere de coraje y fuerza.
Entonces, ¿cómo pueden las personas comunes, gobernadas por el impulso hacia el interés propio, expresar misericordia de una manera constructivay significativa? Un ejemplo natural lo vemos en las acciones de una madre hacia su hijo. Una madre hará cualquier cosa por proteger a su hijo, sin importar lo que tenga que enfrentar.
La bondad de un padre y una madre.
Nichiren Daishonin escribió, “Yo, Nichiren, soy el soberano, el maestro, el padre y la madre de todo el pueblo del Japón” (PE-2, 199). Él hizo esta declaración para transmitir su estado de vida como el Buda original –un estado de vida capaz de abrazar a todas las personas con la misericordia de un padre y una madre hacia sus hijos.
Ahora bien, esto no es cosa fácil. A veces perdemos la paciencia con nuestros propios hijos, para no mencionar a los extraños. Siendo éste el caso, la mayoría de nosotros, sin ayuda, tendemos a carecer de la cualidad definida como misericordia budista. ¿Qué es lo que podemos hacer al respecto?
Bueno, comenzando por la conclusión, podemos exponer nuestro corazón y mente al estado de misericordia manifestado por el Buda mismo. Cuando creemos en Nam-myoho-renge-kyo y lo invocamos al Gojonzon, que corporifica el misericordioso estado de vida del Buda original, estimulamos y hacemos emerger una fuente de ilimitada misericordia latente en nuestro interior.
Tomando la forma de una lección, los escritos del Daishonin son muy útiles para aplicar como modelo de un padre, madre o maestro para poder desarrollar la misericordia por los demás. Cualquier padre, madre, o maestro exitoso, conoce la importancia de ver las cosas desde la perspectiva del hijo o alumno. Esforzándose en el cuidado y la educación de sus hijos, queriendo verlos crecer y desarrollar su mas alto potencial y humanismo, esas personas trascienden las divisiones del su propio yo y ven los sufrimientos y alegrías de sus hijos o estudiantes como propios. Su preocupación por sus hijos es constante. Siempre están pensando en ellos, están ansiosos por ofrecerles ayuda, y la oportunidad de aprender. Este tipo de preocupación, con seguridad, llegará al corazón de los demás, sean niños o adultos.
El ganador del Premio Nobel, el francés André Gide (1869-1951) lo dijo claramente: “La verdadera amabilidad presupone la facultad de imaginar como propios los sufrimientos y alegrías de los demás” (Pretexts, “Portraits and Aphorisms” [1903]).
La misericordia también incluye la capacidad de reconocer en los demás la fuerza y capacidad de las que nosotros mismos podemos carecer, y nuestro deseo de aprender de esas cualidades. Es muy fácil identificar los puntos débiles en otras personas, y muy difícil reconocer claramente y apreciar los puntos fuertes en éstas. No obstante, si nos esforzamos en enfocar los puntos más sobresalientes, naturalmente llegaremos a apreciar, sentirnos más cerca, e incluso a desarrollar un afecto por ellas. Como resultado, podemos encontrarnos pensando en esas personas más a menudo y sintiendo preocupación por su bienestar. Nosotros practicamos el Budismo por nuestra propia felicidad y por la de los demás. Estos dos objetivos de la fe no pueden estar separados. Cuando nuestros pensamientos en el bienestar de los demás se hacen parte de nuestras oraciones diarias, trascendemos el impulso innato a estar preocupados solamente por nosotros mismos, e iluminamos la ignorancia fundamental que es la fuente de los sufrimientos, con la luz de nuestra Budeidad innata
Todos tenemos dentro nuestro, una parte egoísta, que sólo piensa en el propio bienestar de uno, y luego recién en el de los demás, sólo si es necesario. Esto no necesariamente es algo malo; es parte importante de lo que significa estar vivo. Sin embargo, cuando este sentimiento se convierte en la fuerza dominante en nuestra vida, puede llevarnos a actuar insensiblemente y hasta perjudicialmente hacia los demás. Tiene el potencial de hacernos egoístas y, si se deja sin control, incluso criminales.
Por un lado, hay momentos, especialmente en las emergencias, cuando el no velar por nosotros mismos puede tener resultados catastróficos. Si bien todos tenemos que resolver nuestros propios problemas, algunos de estos no podemos resolverlos solos. Debemos confiar en la ayuda de otros.
De otro lado, hay momentos en los que, extendiéndole una mano a otros, podemos ayudarlos de una manera en que ellos no pueden ayudarse a sí mismos. Lo que se necesita en tales circunstancias es misericordia.
En los textos chinos y japoneses, incluyendo los escritos de Nichiren Daishonin, la palabra para misericordia comprende dos caracteres chinos. Se pronuncia ci bei en chino y jihi en japonés (yiji en español). El primer carácter, ci o ji, es una traducción de la palabra sánscrita maitri, que significa “dar felicidad”. El segundo, bei o hi, proviene del sánscrito karuna, que significa “quitar el sufrimiento”. Juntos, describen la función de aliviar a los seres vivientes del sufrimiento y darles felicidad.
Casi todos pueden sentir amabilidad cuando alguien les muestra amabilidad. El espíritu del Budismo es desarrollar un sentido de misericordia hacia todas las personas. Es con este espíritu que Nichiren Daishonin escribió:
“Los diversos sufrimientos experimentados por todos los seres vivientes son, sin excepción, sufrimientos propios de Nichiren “ (GZ, 758).
El comportamiento de un Bodhisattva La misericordia de la iluminación budista –el deseo de “quitar el sufrimiento y dar felicidad a la humanidad”– se expresa en el comportamiento humano de un Buda o un Bodhisattva. Nichiren Daishonin también escribe, “Hasta un villano desalmado ama a su esposa y a sus hijos. Él también posee una partedel estado de Bodhisattva. (PE-1, 53).
Esta afirmación aclara que todas y cada una de las personas poseen el potencial de un Bodhisattva –el potencial de comportarse con misericordia hacia otra persona. Sin embargo, es una tendencia humana común preocuparse primero y principalmente por uno mismo. Éste puede ser el impulso humano más fuerte a poder vencer. Además, desde hace mucho tiempo hay quienes sostienen la opinión de que la misericordia es señal de debilidad; que la generosidad sólo mal acostumbra a la persona que la recibe.
Esta afirmación puede tener su pizca de verdad. La amabilidad que no da fuerza al receptor crea muy poco valor perdurable. Desde la perspectiva budista, la verdadera misericordia es la que tiene el poder para erradicar la causa de la miseria en la vida de las personas y las dirige hacia la causa de la felicidad. Esa misericordia, por su misma naturaleza, requiere de coraje y fuerza.
Entonces, ¿cómo pueden las personas comunes, gobernadas por el impulso hacia el interés propio, expresar misericordia de una manera constructivay significativa? Un ejemplo natural lo vemos en las acciones de una madre hacia su hijo. Una madre hará cualquier cosa por proteger a su hijo, sin importar lo que tenga que enfrentar.
La bondad de un padre y una madre.
Nichiren Daishonin escribió, “Yo, Nichiren, soy el soberano, el maestro, el padre y la madre de todo el pueblo del Japón” (PE-2, 199). Él hizo esta declaración para transmitir su estado de vida como el Buda original –un estado de vida capaz de abrazar a todas las personas con la misericordia de un padre y una madre hacia sus hijos.
Ahora bien, esto no es cosa fácil. A veces perdemos la paciencia con nuestros propios hijos, para no mencionar a los extraños. Siendo éste el caso, la mayoría de nosotros, sin ayuda, tendemos a carecer de la cualidad definida como misericordia budista. ¿Qué es lo que podemos hacer al respecto?
Bueno, comenzando por la conclusión, podemos exponer nuestro corazón y mente al estado de misericordia manifestado por el Buda mismo. Cuando creemos en Nam-myoho-renge-kyo y lo invocamos al Gojonzon, que corporifica el misericordioso estado de vida del Buda original, estimulamos y hacemos emerger una fuente de ilimitada misericordia latente en nuestro interior.
Tomando la forma de una lección, los escritos del Daishonin son muy útiles para aplicar como modelo de un padre, madre o maestro para poder desarrollar la misericordia por los demás. Cualquier padre, madre, o maestro exitoso, conoce la importancia de ver las cosas desde la perspectiva del hijo o alumno. Esforzándose en el cuidado y la educación de sus hijos, queriendo verlos crecer y desarrollar su mas alto potencial y humanismo, esas personas trascienden las divisiones del su propio yo y ven los sufrimientos y alegrías de sus hijos o estudiantes como propios. Su preocupación por sus hijos es constante. Siempre están pensando en ellos, están ansiosos por ofrecerles ayuda, y la oportunidad de aprender. Este tipo de preocupación, con seguridad, llegará al corazón de los demás, sean niños o adultos.
El ganador del Premio Nobel, el francés André Gide (1869-1951) lo dijo claramente: “La verdadera amabilidad presupone la facultad de imaginar como propios los sufrimientos y alegrías de los demás” (Pretexts, “Portraits and Aphorisms” [1903]).
La misericordia también incluye la capacidad de reconocer en los demás la fuerza y capacidad de las que nosotros mismos podemos carecer, y nuestro deseo de aprender de esas cualidades. Es muy fácil identificar los puntos débiles en otras personas, y muy difícil reconocer claramente y apreciar los puntos fuertes en éstas. No obstante, si nos esforzamos en enfocar los puntos más sobresalientes, naturalmente llegaremos a apreciar, sentirnos más cerca, e incluso a desarrollar un afecto por ellas. Como resultado, podemos encontrarnos pensando en esas personas más a menudo y sintiendo preocupación por su bienestar. Nosotros practicamos el Budismo por nuestra propia felicidad y por la de los demás. Estos dos objetivos de la fe no pueden estar separados. Cuando nuestros pensamientos en el bienestar de los demás se hacen parte de nuestras oraciones diarias, trascendemos el impulso innato a estar preocupados solamente por nosotros mismos, e iluminamos la ignorancia fundamental que es la fuente de los sufrimientos, con la luz de nuestra Budeidad innata