lunes, 13 de abril de 2009

LA FE DE LA REVOLUCION HUMANA

[Traducción completa de la entrevista publicada en el número de Invierno 2008 de la
revista de budismo Tricycle de los Estados Unidos.]




DAISAKU IKEDA





es el presidente de la Soka Gakkai Internacional, la agrupación budista
laica más importante del mundo y la más diversa dentro de los Estados Unidos. En lo que
constituye una ocasión inusual, Ikeda habla con el editor contribuyente Clark Strand sobre
la excepcional historia de su organización, su práctica fundamental, con frecuencia
incomprendida, y sobre el verdadero objetivo por el cual oran sus miembros.
Los practicantes budistas de la Soka Gakkai, entre los que se cuentan desde
celebridades de Hollywood y destacados músicos de jazz hasta personas comunes de
todo el mundo, son conocidos por recitar la frase Nam-myoho-renge-kyo. Lo que
entonan es el título en japonés del Sutra del loto, que afirma que todos nosotros, sin
excepción, podemos alcanzar la iluminación a través de la fe en sus enseñanzas.
La Soka Gakkai (Sociedad para la creación de valor) fue fundada en 1930 por
Tsunesaburo Makiguchi (1871-1944), educador japonés que basó sus teorías pedagógicas
en las enseñanzas de Nichiren, monje budista del siglo XIII que buscó introducir una
reforma en la sociedad japonesa mediante las enseñanzas del Sutra del loto. En 1943,
valiéndose de la Ley de Preservación de la Paz, el gobierno japonés arrestó a Makiguchi
cuando este se negó a subordinarse al sintoísmo estatal con otras escuelas budistas,
actitud con la que desafió abiertamente la autoridad del gobierno militarista. Makiguchi
murió en prisión un año después. Una vez concluida la guerra, su discípulo Josei Toda
(1900-1958) elevó la Soka Gakkai a un nivel sin precedentes, al aumentar
extraordinariamente la cantidad de miembros y consolidar la organización en todo el país
como un movimiento popular dedicado a la paz y a los derechos de las personas comunes.
Al fallecer Toda en 1958, la tarea de propagar las enseñanzas del budismo de Nichiren y
de difundirlas dentro de la comunidad internacional recayó en el discípulo de Toda,
Daisaku Ikeda (1928-), quien fundó la Soka Gakkai Internacional (SGI) en la isla de
Guam, en 1975.

Con doce millones de miembros distribuidos en ciento noventa y dos países y territorios, la
SGI es el grupo budista laico más grande del mundo y la escuela budista más amplia y
étnicamente diversa de los Estados Unidos, donde sus miembros mantienen reuniones de
diálogo en dos mil seiscientos grupos y en casi cien centros comunitarios a lo largo y a lo
ancho de la nación.
En el ámbito de los creyentes budistas occidentales, ha habido siempre una clara división
entre miembros de la SGI y estudiantes de otras tradiciones basadas en la meditación,
como la escuela Zen, la Vipassana y la Vajrayana. Quienes se dedican a esas prácticas
conocen muy poco o casi nada sobre la SGI. De modo que cabe preguntar cuál es en
definitiva la práctica de la SGI, cuáles son sus enseñanzas y cómo se explica su rápida
expansión hacia tantas culturas diferentes alrededor del mundo.
Esta entrevista al presidente de la SGI, Daisaku Ikeda, la primera concedida a una revista
norteamericana, fue llevada a cabo este verano, vía correo electrónico, por el editor
contribuyente de Tricycle, Clark Strand, y traducida por Andrew Gebert. La nota es la
culminación de un extenso intercambio de dos años con el máximo líder de la SGI acerca
del futuro del budismo y la relación de esta filosofía con el diálogo entre religiones y con
cuestiones de gran relevancia para la humanidad.
C. S.: La mayoría de los estadounidenses saben muy poco acerca del budismo de
Nichiren, salvo que sus seguidores entonan Nam-myoho-renge-kyo, que es el título del
Sutra del loto. ¿Podría usted contribuir a que nuestros lectores comprendan el rol de
esa práctica fundamental del budismo de Nichiren?
D. I.: Nichiren empleó la siguiente analogía para explicar el daimoku o "Gran Título" y
cómo este actúa:
"Cuando canta un pájaro enjaulado, las aves que vuelan en el cielo sienten un llamado y
se reúnen a su alrededor. Y cuando las aves lo rodean, el pájaro busca la libertad".
Entonar Nam-myoho-renge-kyo es convocar el nombre de la naturaleza de Buda que yace
en nuestro interior y en el de todos los seres vivos. Es un acto de fe en esa naturaleza de
Buda universal e implica la acción de disipar la oscuridad fundamental de la vida, que es
nuestra incapacidad de reconocer la verdadera naturaleza iluminada que poseemos. Es esa
oscuridad fundamental, o ignorancia, la que nos hace experimentar los ciclos del
nacimiento y de la muerte como sufrimientos. Cuando hacemos surgir la esplendorosa vida
iluminada que existe en cada uno de nosotros, sin excepción, y nos basamos en ella, ni
siquiera los sufrimientos más fundamentales e ineludibles de la vida y la muerte se viven
dolorosamente. Por el contrario, se pueden transformar en las virtudes de eternidad,
felicidad, verdadera identidad y pureza.

C. S.: A primera vista, esta parecería ser una más de las enseñanzas surgidas en el
Japón en la era de Kamakura que establecían una práctica única, como por ejemplo,
la práctica de Dogen, que consiste en solo sentarse, o la de Honen, en entonar la
oración de la Tierra Pura (Nembutsu).

D. I.: Como verá, existe una aparente similitud entre esas prácticas y la práctica de
Nichiren de entonar el título del Sutra del loto. Creo que tales semejanzas podrían atribuirse
a una respuesta generalizada, consciente o inconsciente, a las condiciones y desafíos
propios de la conflictiva era de Kamakura, momento en que el Japón estaba sufriendo una
transición hacia un sistema político centrado en los samuráis.
La práctica Zen de sentarse es representativa de la clase de jiriki o "poder propio", que no
recurre a ninguna verdad absoluta o entidad fuera de uno mismo. Por otro lado, la
entonación del Nembutsu, que se ofrece al buda Amida en quien se busca la salvación, es
típica del enfoque tariki, o "poder de otro". Inspirándose en las enseñanzas del Sutra del
loto, Nichiren declaró que era más atinado evitar centrarse demasiado en el propio poder o
en el de otro. La práctica de Nichiren de entonar Nam-myoho-renge-kyo nos lleva a
descubrir un poder y una sabiduría que existen dentro de nosotros y que, a la vez, nos
trascienden, pues abarcan tanto la práctica del poder propio como la del poder de otro.

C. S.: En cierto sentido, usted sugiere que representa lo mejor de ambos aspectos.
D. I.: Así es, y, como el enfoque de Nichiren es a la vez accesible y práctico, permite que
las personas comunes empleen el inagotable manantial de fuerza y de sabiduría que poseen
de manera inherente. Es una práctica que nos fortalece y nos brinda el coraje para vivir una
vida victoriosa en medio de las terribles realidades de esta época de conflicto y de
antagonismo. Por ello, tengo absoluta convicción de que puede jugar un papel vital en el
proceso de señalar un camino positivo para la humanidad.
C. S.: Los creyentes en el budismo de Nichiren entonan el daimoku para lograr sus
objetivos: una carrera exitosa, buena salud, un buen matrimonio, incluso, la paz del
mundo. Sin embargo, desde un punto de vista puramente tradicional, orar por la
satisfacción de los deseos mundanos en lugar de luchar para trascenderlos podría
parecer una traición a la doctrina budista básica. ¿No sería eso una contradicción?
D. I.: Si usted piensa que el propósito de la religión es la felicidad, de hecho, no existe
contradicción alguna. El ideal del budismo Mahayana es el logro de la felicidad para uno
mismo y para los demás. En ninguna parte está este principio tan plenamente establecido
como en el Sutra del loto, que reconoce la naturaleza de Buda en todos los seres humanos,
hombres y mujeres, cualquiera fuere su condición o nivel educativo. El sutra declara que
todas las personas, más allá de su origen étnico o cultural, y su clase social o económica,
pueden lograr la iluminación. Nuestra recitación del título del Sutra del loto es una manera
de renovar nuestro juramento de vivir de acuerdo con ese principio.

C. S.: Aun así, la tradición budista, incluso la tradición Mahayana, se ha centrado más
bien en una concepción monástica de la iluminación. ¿Puede usted percibir algún
indicio de reforma populista en el Sutra del loto?
D. I.: El Sutra del loto no niega la validez de la práctica monástica o de la postura de
quienes realizan su práctica en un lugar propicio para superar los impulsos ilusorios y
alcanzar un estado espiritual apacible. El problema surge cuando la práctica termina siendo
un fin en sí misma en lugar de un medio para ingresar en la senda de la sabiduría. Nichiren
fue el primero en hacer que el logro de la sabiduría a través de la fe fuese algo al alcance de
todas las personas. Al seguir sus enseñanzas, resulta posible utilizar cualquier circunstancia
de la vida, sea de regocijo o de dolor, como una oportunidad de desarrollar aun más la
propia sabiduría innata. Cuando Nichiren declara que los deseos mundanos conducen a la
iluminación, está describiendo el proceso por el cual incluso las personas comunes que
viven sumidas en los impulsos ilusorios y los deseos mundanos pueden manifestar su más
elevada sabiduría.
C. S.: Sigo pensando que a muchas personas que no practican el budismo de Nichiren
les resultará difícil comprender que orar por la concreción de los deseos mundanos
conduce a la iluminación.
D. I.: Bien, en primer lugar, creo que es importante que todos los budistas, incluso los
miembros de la SGI, comprendan que Nam-myoho-renge-kyo no es una fórmula mágica
que se debe recitar para hacer realidad los deseos. Es una práctica que expresa nuestra fe en
la verdad y pone nuestra vida en sintonía con esa verdad. Es un camino para trascender el
llamado "yo inferior", que se encuentra sometido a los deseos y atormentado por los
impulsos ilusorios. Se trata de un proceso de aprendizaje que, al transformar nuestra vida,
nos permite manifestar nuestro yo superior y hacer surgir la sabiduría de Buda y la
capacidad de concretar la propia felicidad y la de otras personas.
En sus comienzos, la Soka Gakkai solo recibió el desprecio y las burlas de la sociedad
japonesa, que se complacía en señalarla como una reunión de pobres y de enfermos. Sin
embargo Josei Toda, mi mentor, consideró esa circunstancia un motivo de orgullo y declaró
con gran convencimiento: "La verdadera tarea de la religión es brindar sostén a los pobres y
a los enfermos. Tal es el propósito del budismo. La Soka Gakkai es aliada y amiga de la
gente común, de los que sufren. Por más que nos desprecien, seguiremos luchando por el
bienestar de esas personas". Frente a la devastación del Japón de posguerra, Josei Toda
estaba seguro de que, a los ojos del Buda, esa era la acción más noble para emprender.
Además, el Sutra del loto no niega el valor de los beneficios mundanos. Al impulsar a las
personas a practicar con la expectativa de obtener esos beneficios, las enseñanzas del Sutra
del loto establecen un modo de vida basado en la fe, y, mediante esa fe –desarrollada paso a
paso, cualesquiera fueren las circunstancias en que nos encontremos al iniciar este camino y
sean cuales fueren las aflicciones que nos agobien—, ingresamos en el camino de la
sabiduría. Cuando creemos en este sutra, que enseña la iluminación universal, y
purificamos nuestra mente, podemos armonizar nuestras acciones diarias con el espíritu
esencial del budismo. En el Sutra del loto y en las enseñanzas de Nichiren, no existe una
separación esencial entre la iluminación y la vida de la gente común.
C. S.: Estudiosos occidentales han observado que Nichiren fue el primer líder budista
que habló con esclarecimiento e instó a los dirigentes japoneses a abrazar el Dharma y
aplicarlo en la sociedad. ¿Qué fue lo que inspiró a Nichiren, con riesgo de su vida, a
dar un paso tan audaz como el de propugnar una visión budista de la sociedad, en un
país donde justamente la religión cumplía el papel tradicional de apoyar la estructura
de poder existente en lugar de ponerla en tela de juicio?

D. I.: Es cierto que en Japón se pretendía que la religión respaldara a los que estaban en el
poder. La postura totalmente distinta de Nichiren es una clave para comprender su
personalidad.
Nichiren sentía una profunda conmiseración por los sufrimientos del pueblo y consideró su
responsabilidad hacer algo acerca de ello. Su empatía y absoluto compromiso con la
transformación social son la esencia de todas sus acciones.
El siglo XIII en el Japón de la era de Kamakura fue una época terrible. La vida de la gente
se veía constantemente amenazada por terremotos, sequías y otros desastres naturales;
asimismo, se multiplicaban la hambruna, las pestes y los conflictos armados. Pero ni las
autoridades políticas ni las religiosas de entonces fueron capaces de ver más allá de su
apego a su propio poder y posición, para realizar alguna acción efectiva. Como resultado,
se adueñó del pueblo un agudo sentimiento de impotencia y desesperación. Debido a su
naturaleza, Nichiren era incapaz de volver las espaldas al sufrimiento de otros. De modo
que se pronunció a viva voz, con lo que inició una batalla de ideas que desafiaron el orden
existente.
C. S.: Eso parece muy arriesgado.
D. I.: Lo fue. Pero Nichiren comprendió los riesgos. En 1260, presentó su tratado Rissho
Ankoku Ron (Sobre el establecimiento de la enseñanza correcta para asegurar la paz en la
tierra) a la más alta autoridad de facto del Japón, el regente retirado Hojo Tokiyori. Lo hizo
así, porque estaba convencido de que, en una sociedad feudal, era esencial cambiar la
mentalidad de quienes se situaban en la cúspide del poder. En los años siguientes, pese a las
persecuciones y a las constantes amenazas de asesinato o ejecución, Nichiren mantuvo
férreamente su independencia e insistió en amonestar a las autoridades. Por entonces, logró
numerosos adherentes entre las filas del pueblo, mediante su enseñanza de que la felicidad
en este mundo era en verdad posible. Pero, por supuesto, su influencia sobre los sectores
oprimidos de la sociedad fue percibida por los poderosos como una amenaza.
Nichiren ya había previsto todo eso con claridad, y sus escritos registran con enorme
franqueza las dudas y preguntas que lo asaltaron tempranamente en su lucha, cuando se
interrogaba si debía o no dejar oír su voz. En un momento dado, le admitió a un discípulo:
"Yo, Nichiren, soy la única persona en todo el Japón que lo comprende. Pero si digo una
sola palabra al respecto, con toda seguridad seré censurado por mis padres, hermanos y
maestros, y el gobernante del país tomará medidas contra mí. Por otro lado, sé muy bien
que si no digo lo que debo, estaré actuando sin benevolencia". Luego de un proceso de
intensas cavilaciones, Nichiren recordó las palabras del Sutra del loto, que instaban a la
propagación de la enseñanza después de la muerte del Buda; entonces, realizó el solemne
juramento de transformar la sociedad y contribuir a que todas las personas vivieran una
existencia feliz.
C. S.: ¿De qué manera mantiene la Soka Gakkai el legado de Nichiren?
D. I.: Los primeros líderes de la Soka Gakkai, Tsunesaburo Makiguchi y Josei Toda, fueron
educadores que se esforzaron por promover innovaciones en las prácticas educativas del
Japón. El señor Makiguchi se convirtió al budismo de Nichiren en 1928, dos años antes de
fundar la Soka Gakkai; y el señor Toda abrazó la fe en el budismo muy poco tiempo
después. Tal como lo hizo Nichiren, ambos se consagraron a la felicidad de la gente común,
que luchaba por una vida mejor.
Durante la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, debieron enfrentar persecuciones,
cuando se opusieron al fascismo del Japón militarista y criticaron el uso que el Estado hacía
del sintoísmo para unificar espiritualmente a la población y lograr apoyo a sus proyectos
bélicos. Debido a la resistencia que opusieron, ambos fueron arrestados y enviados a
prisión. En 1944, el señor Makiguchi falleció en la cárcel a causa de una extrema
desnutrición. Tenía setenta y tres años. Cuando el señor Toda fue liberado, se dedicó a
reconstruir la organización en medio de la devastación provocada por la derrota de la
guerra.
C. S.: Pero no fue solo el gobierno militarista el que se opuso al mensaje de paz y de
inclusión absoluta de la Soka Gakkai, ¿verdad?
D. I.: Sí, es cierto. Durante los casi siete siglos transcurridos después de la muerte de
Nichiren, el budismo establecido por él comenzó a apartarse de los intereses y las
preocupaciones de la gente común. Hubo momentos en que fue incluso interpretado como
una enseñanza extremadamente nacionalista. El señor Makiguchi redescubrió el budismo
de Nichiren como una religión dedicada a la felicidad de todas las personas. Se dedicó a
promover esa clase de felicidad, desde los cimientos de la sociedad, mediante la reforma de
las prácticas educativas dentro del Japón. Con el tiempo, sus objetivos se expandieron para
compartir la práctica con gente de las más diversas extracciones, como una manera de
transformar la vida de las personas y así, de la sociedad en su conjunto.
C. S.: Pero ¿acaso no se fusionó el budismo de Nichiren, como lo hicieron
prácticamente todas las demás escuelas de budismo japonés, para apoyar las
intenciones bélicas de entonces, tal como lo exigía el gobierno?
D. I.: Durante los años de furia militarista dentro del Japón, el clero de la Nichiren Shoshu,
al que Makiguchi estaba asociado, cedió a las presiones de las autoridades políticas. Por
ejemplo, los sacerdotes aceptaron modificar o directamente eliminar pasajes de los escritos
de Nichiren que las autoridades consideraron problemáticos. En contraposición, el señor
Makiguchi mantuvo la intención original del budismo de Nichiren, una filosofía
humanística dedicada a la felicidad del pueblo, y murió en prisión, como resultado de ello.
C. S.: ¿Diría usted que el humanismo moderno y global de la Soka Gakkai de
posguerra nació de la resistencia de Makiguchi a la guerra?

D. I.: Sí, aunque "se inspiró en" sería una manera más adecuada de expresarlo, ya que la
lucha del presidente Makiguchi para preservar los valores humanísticos se yergue como un
ejemplo imperecedero para nosotros. Fue su discípulo Josei Toda quien, luego de sobrevivir
a su experiencia en el presidio, definió realmente lo que hoy podemos reconocer como
"budismo moderno". En la cárcel, el señor Toda emprendió con alma y vida la difícil tarea
de leer el Sutra del loto, y alcanzó la reveladora comprensión de que el Buda no es otra
cosa que la vida misma. Personalmente, tengo el convencimiento de que esa comprensión
posee una profunda importancia dentro de la historia del budismo. A través de su despertar
en prisión, el señor Toda desarrolló una manera universal de expresar el mensaje más
esencial del Sutra del loto, de un modo que resultara accesible a la humanidad
contemporánea, reviviéndolo como algo realmente potente y significativo para la vida
cotidiana en el mundo moderno, más allá de las diferencias de raza, religión o cultura.
Josei Toda estaba convencido de que la Soka Gakkai había heredado la misión de propagar
ampliamente el budismo de Nichiren para lograr la paz en la sociedad y convirtió esa
certeza en la auténtica identidad de la organización. Aunque él nunca viajó fuera del Japón,
siempre se preocupó profundamente por la paz del mundo.
En setiembre de 1957, justo seis meses antes de su muerte, Josei Toda realizó su histórico
llamado a la prohibición de las armas nucleares, a las que denunció como el mal absoluto
que amenazaba el derecho de la humanidad a la existencia. De ese modo, él buscó
transmitir el compromiso que el Sutra del loto establecía con la dignidad suprema de la
vida y con la paz global. Tengo la convicción de que los esfuerzos del señor Toda han
contribuido grandemente a la labor de universalizar el budismo de Nichiren.
C. S.: Pero no fue Toda quien transformó la Soka Gakkai en una organización global.
Ha sido usted quien llevó a cabo la misión de fundar la Soka Gakkai Internacional,
¿estoy en lo cierto?
D. I.: Como tercer presidente de la organización, he recibido una profunda inspiración de
mis predecesores. He sentido la poderosa necesidad de universalizar y de asegurar el
florecimiento imperecedero de las enseñanzas. Pocas semanas antes de morir, en abril de
1958, el señor Toda me llamó a su lado y me dijo que había soñado con ir a México, y que
había gente allí esperando aprender sobre el budismo. En cuanto a las enseñanzas, he
tratado de separar aquellos elementos de la interpretación tradicional del budismo de
Nichiren que ponen más el acento en las circunstancias culturales e históricas del Japón que
en el mensaje esencial subyacente. Para ello, he entablado diálogos con innumerables
personas de todo el mundo, para refinar y universalizar la expresión de mis ideas. Puesto
que estoy convencido de que todas las culturas y religiones son la expresión de profundas
verdades humanas, me refiero con mucha frecuencia a tradiciones filosóficas que no son
budistas, empleando ideas provenientes de la literatura, el arte, la ciencia y la medicina, y
compartiendo con la gente, incluidos los miembros de la Soka Gakkai, las sabias palabras y
concepciones de pensadores de los más diversos orígenes culturales y religiosos.
C. S.: Recuerdo que en su libro sobre la Soka Gakkai, el académico norteamericano
Richard Seager destacaba con sorpresa que no se veían imágenes o íconos budistas
tradicionales en el campus de la Universidad Soka de Japón o en la de los Estados
Unidos, aunque sí había encontrado estatuas de Victor Hugo y de Walt Whitman.
D. I.: El filósofo británico Alfred North Whitehead (1861-1947) escribió lo siguiente sobre
la religión: "Los principios [religiosos] pueden ser eternos, pero su expresión requiere un
continuo desarrollo". Para mí, eso es especialmente cierto tratándose del budismo, una
filosofía de vida dinámica que responde al anhelo inmutable de paz y de felicidad que ha
alentado el género humano a lo largo de su historia y de sus tradiciones. Por eso es tan
crucial el diálogo entre culturas para el desarrollo del budismo en el próximo milenio.
Manteniéndose siempre fiel a su esencia, esta filosofía debe efectuar hallazgos, aprender y
evolucionar. En ese sentido, tengo la certeza de que la labor de redescubrimiento,
purificación y universalización que la SGI ha emprendido como misión fundamental es la
mismísima esencia del budismo.
C. S.: Usted ha reorganizado las enseñanzas del Sutra del loto en términos de un
proceso que denomina "revolución humana". La segunda palabra de ese concepto
expresa su filosofía del humanismo budista. Pero tenemos también el término
"revolución". ¿Cuáles son algunos de los aspectos más revolucionarios del budismo
que enseña la SGI, y de qué manera el humanismo religioso motiva esa clase de
revolución?
D. I.: El budismo es en esencia revolucionario. No puedo imaginar nada más radical que la
iluminación. Es tanto un retorno a nuestro estado más natural como un cambio sumamente
dramático. Cito palabras de Nichiren: "Sin duda, hay algo extraordinario en el flujo y el
reflujo de las mareas, en el recorrido de la luna desde que asoma hasta que se pone, en la
forma en que el verano, el otoño, el invierno y la primavera se suceden unos a otros.
También ocurre algo inusitado cuando una persona común logra la Budeidad".
Fue el presidente Toda quien difundió ampliamente la expresión "revolución humana". Es
una manera de denominar el concepto de la iluminación en un lenguaje contemporáneo. En
el budismo de Nichiren, la iluminación siempre impacta en el medio social. A través de una
transformación espiritual interior, las personas pueden despertar a un genuino
reconocimiento de la dignidad de la vida. Y eso es algo totalmente contrapuesto al
desinterés y la desconfianza que subyacen en todo lo malo que aqueja a la sociedad
contemporánea. Ese cambio interior es la base para concretar tanto la felicidad individual
como una sociedad pacífica. En el budismo de Nichiren, cabe insistir, ambas están
profundamente unidas.
Refiriéndose a las personas, el señor Toda explicaba lo siguiente: "La revolución humana
no es nada especial o fuera de lo común. Puede ser algo tan simple como el caso de alguien
que, habiendo sido perezoso y apático, cambia y se muestra entusiasta y comprometido. O
como alguien que, sin el menor interés en aprender nada, decide dedicarse a estudiar. O
bien, como una persona que habiendo luchado contra la pobreza, logra establecer una vida
más estable y cómoda. La revolución humana es un cambio en la orientación básica de la
vida de un individuo. Y es la transformación de la conciencia que se logra gracias a la
práctica budista la que lo hace posible".
C. S.: Sí, pero esa es una concepción de la Budeidad muy diferente de la que conoce la
mayoría de la gente.
D. I.: Al emplear el lenguaje de la "revolución humana", el señor Toda transformó la idea
de la Budeidad, que en el Japón y en otras partes de Asia había llegado a concebirse como
algo relacionado con la vida después de la muerte, y la convirtió en un objetivo claro y
profundo: el de desarrollar nuestra capacidad y personalidad únicas para que rindan sus
frutos en nuestra presente existencia. Creo firmemente que cuando las personas que hacen
ese esfuerzo se unan y establezcan corrientes de solidaridad entre las filas del pueblo, a
escala mundial, veremos abrirse un camino hacia el logro de una revolución global no
violenta.

C. S.: Al final del Sutra del loto, el buda Shakyamuni declara: "Si encontráis a una
persona que acepta y mantiene este sutra, debéis poneros de pie y saludarla desde
lejos, mostrándole el mismo respeto que mostraríais a un buda". ¿Cómo interpreta
usted esas palabras de Shakyamuni?

D. I.: Creo que ofrecen una guía certera para los creyentes budistas que viven en un mundo
donde existen innumerables religiones.
Nichiren afirma que los ocho caracteres chinos que se traducen como "debéis poneros de
pie y saludarla desde lejos, mostrándole el mismo respeto que mostraríais a un buda"
expresan la primera y más elevada transmisión de Shakyamuni –lo que él anhelaba que
poseyeran como virtud quienes practicarían el Sutra del loto en el futuro, después de su
muerte—. En otras palabras, lo más fundamental es nuestra acción o comportamiento como
seres humanos, nuestra capacidad de experimentar genuino interés por una persona y de
atesorarla.
Hay un capítulo en el Sutra del loto dedicado al bodhisattva Jamás Despreciar, quien
saludaba reverentemente a cada persona que encontraba en su camino con estas palabras:
"Siento profundo respeto por vosotros. Jamás osaría trataros con desprecio o arrogancia ¿Y
por qué? Porque todos estáis practicando el camino del bodhisattva y sin falta obtendréis la
Budeidad". He ahí un ejemplo concreto de interacción con los demás que debemos seguir
como budistas modernos que vivimos en una era de conexión entre todas las naciones,
marcada por cuestiones que nos atañen a todos de manera global.
Según las enseñanzas del budismo Mahayana, el período en que estamos viviendo se
denomina Último Día de la Ley, una época de discordia, signada por los conflictos. La
única manera de resistir y contrarrestar las turbulentas corrientes de una época como la
nuestra es la sólida fe en la naturaleza de Buda de uno mismo y de los demás. Y el modo de
poner esto en práctica es el respeto que podemos ofrecerles a nuestros semejantes.
C. S.: Hoy casi no existe algo así en las relaciones internacionales, aunque siempre hay
esperanza para el futuro.
D. I.: Por cierto que la hay. Y el budismo puede ofrecer muchas maneras de cultivar esa
clase de esperanza. Creer en uno mismo y en los demás, y tratar a nuestros congéneres
como trataríamos a un buda es la práctica que despierta la naturaleza de buda que reside en
nuestro interior y la hace surgir. Es entonces cuando la propagación franca y directa
promovida por Nichiren cobra su verdadera importancia. Precisamente, porque somos
capaces de tener fe en la naturaleza de Buda de la otra persona, podemos extraer la
misericordia desde nuestro interior y, con el deseo de que todos logren la felicidad, entablar
un proceso de diálogo profundo y considerado con los demás. Tal es el verdadero espíritu
de la propagación: difundir el Budismo de un individuo a otro. Ello implica antes que
ninguna otra cosa, construir la confianza y la amistad a través del diálogo respetuoso y
constante con otras personas.
Todos estamos dotados de igual manera de la capacidad inherente de respetar a otros; esa
aptitud es fuente de esperanza inextinguible, porque corporifica una verdad universal que
trasciende lo específico de los credos religiosos. El respeto que ofrecen los budistas a otras
personas se brinda en virtud de la humanidad que los demás poseen, sin que importen sus
creencias religiosas. Nichiren lo describió con una metáfora poética, diciendo que, cuando
nos inclinamos ante un espejo, la imagen reflejada en este se inclina a su vez con reverencia
ante nosotros. Ese es el verdadero espíritu del budismo y, sí, una razón para la mayor de las
esperanzas

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